miércoles, 12 de marzo de 2014

Terra sigillata

 TERRA SIGILLATA

Durante años, las lucernas romanas se han estudiado y
publicado en función de sus rasgos tipológicos, iconográficos
o epigráficos, contemplando siempre en un segundo
nivel las consideraciones sobre su procedencia
geográfica o su inserción dentro del patrón arqueológico
material. Todavía hoy en día se siguen publicando materiales
descontextualizados, si bien la tendencia es, cada
vez más, insertar las piezas aisladas dentro de las secuencias
estratigráficas correspondientes. De cualquier forma,
las lucernas se encuentran entre las producciones cerámicas
de época romana cuyo estudio ha experi mentado
un mayor desarrollo durante las últimas dé cadas. Sin embargo,
al margen de los indiscutibles avances, aún persisten
significativas incógnitas sobre aspectos concretos en

este campo. Entre ellos debemos destacar, sin duda, el
desconocimiento de las áreas productivas y de los talleres
de fabricación de las distintas formas de lucernas romanas.
Los elevados costes de transporte, especialmente en
las regiones interiores alejadas de las rutas de comercio
marítimo-fluvial, y la facilidad de elaboración de un producto
tan sencillo como la lucerna, que sólo requería la
presencia de una materia prima muy abundante como
la arcilla, descartan a priori la existencia de un comercio
masivo de lucernas por tierra o por mar, salvo en algunos
casos excepcionales bien tipificados (Harris, 1980,
134-36). No obstante, los hallazgos cada vez más frecuentes
de pecios con importantes cargamentos de este
producto como Cala Culip (Alaminos et alii, 1985, 121-
22) o Porto Cristo (Domergue, 1966; 1968; Manera, 1983)
confirman un transporte marítimo de cierta envergadura
hasta lugares muy alejados de los puertos de embarque
(Bailey, 1987, 61). Pero las lucernas debían viajar como
cargamento secundario, complemento de los fletes de
Lucernas hispanorromanas
Ángel Morillo
Universidad Complutense de Madrid
Germán Rodríguez Martín
Arqueólogo
las naves mercantes, consistentes principalmente en productos
básicos como grano, aceite o vino. En determinados
momentos, como la primera mitad del siglo I d. C.,
periodo en que las provincias aún carecen de un tejido
productivo que pueda competir ventajosamente con las
manufacturas cerámicas metropolitanas, la exportación
de productos cerámicos centroitálicos debió de alcanzar
cifras mucho más elevadas (Morillo, 1992, 81). Más tarde
este fenómeno se verifica también puntualmente en los
talleres de la costa meridional gala (Nieto, 1988, 388) y
del África Proconsular (Carandini, 1969/70), que comienzan
a exportar parte de su producción cerámica
hacia Italia y otras regiones.
Los talleres provinciales, surgidos en un primer momen
to para atender las necesidades de la población circun -
dante, comienzan a conquistar mercados hasta en tonces
reservados a los productos centroitálicos. Este fe nómeno
no sucede de forma simultánea en todas las regiones.
Por su lejanía, las provincias septentrionales son las primeras
en escapar a este monopolio comercial, ya desde
un momento tardoaugusteo o tiberiano (Pavolini, 1987,
148-149). Pronto les siguen otros talleres provinciales,
entre los que destacan los noritálicos y africanos, cuya capacidad
productiva les dota de auténtica proyección “internacional”
(Morillo, 1999, 69).
Frente a otras producciones cerámicas, la aplicación
de la técnica del molde bivalvo al proceso manufacturero
imprime unas características muy particulares a la
lucerna romana (fig. 1). Gracias al molde, las lucernas
se fabrican en grandes cantidades y alcanzan todos los rincones
del Imperio. La mínima infraestructura productiva
que requiere cualquier manufactura lucernaria y la utilización
del sobremolde para obtener un número casi infinito
de moldes de segunda generación a partir de una
simple lucerna complica extraordinariamente el intento
minadas producciones en torno a un taller concreto. Hoy
en día sería necesario aplicar análisis arqueométricos de
tipo físico-químico para despejar las dudas sobre la procedencia
de las arcillas empleadas en un determinado
grupo de lucernas.
La fabricación de lucernas en la Península Ibérica, ya
intuida por Balil a partir de sus recopilaciones de marcas
de alfarero de procedencia hispana (Balil, 1964; 1966;
1968; 1968/69; 1969; 1980, 1982; 1984), no ofrece hoy en
día ninguna duda. El hallazgo de hornos o estructuras industriales
de producción, de los cuales el taller de Los Villares
de Andújar (Sotomayor et alii, 1976 y 1981) constituye
el mejor ejemplo, así como un número creciente de testares
y materiales como moldes1, punzones o ejemplares con dede
identificar talleres o áreas productivas. Además, la utilización
del molde y sobremolde contribuyó en gran medida
al mantenimiento de un repertorio formal común
dentro del Imperio, así como a la repetición de las mismas
marcas y decoraciones en regiones muy alejadas
desde el punto de vista geográfico.
Esta constituye una de las principales dificultades
para los investigadores lucernarios, que no han hallado
aún un sistema infalible para rastrear la dispersión de los
productos. Los indicios que podrían revelar la existencia
de producciones locales pueden ser indirectos, como
la abundancia de lucernas del mismo tipo en el mismo
ámbito geográfico, o bien la repetición sistemática de un
motivo iconográfico o de una marca de taller concreta.
Más útiles, aunque poco frecuentes, son las evidencias arqueológicas
directas, como el hallazgo de restos de instalaciones
productivas (hornos, testares) o de elementos
que intervienen en el proceso manufacturero de la lucerna,
como punzones o moldes. De ahí la trascendencia
que reviste cualquier hallazgo de este tipo, puesto
que estos permiten caracterizar e individualizar deter-
1 El hallazgo de moldes lucernarios no es un hecho demasiado
habitual en la Península Ibérica. Mª T. Amaré y V. García Marcos
han recopilado recientemente las piezas hispanas (1994,
284). Bernal (Bernal, 1995b) incorpora a esta lista nuevos ejemplares.
La tipología de los moldes hispanos documentados
abarca un periodo muy dilatado temporalmente, desde el siglo
I a. C. al V-VI d. C. (Morillo, 1999, 161-162).
292 CERÁMICAS HISPANORROMANAS. UN ESTADO DE LA CUESTIÓN
Figura 1. Conjunto de moldes de lucernas de canal del tipo Loeschcke X y ejemplar fabricado con los mismos procedentes de Astorga


Las "luces de aceite" y el espiritu



 Las "luces de aceite" y el espiritu

Aceite, mecha, vasija y llama 

Pocas imágenes son tan cálidas para el alma como la imagen de una llama. Aunque sea un fenómeno físico, la llama (luminosa, pura, etérea) es todo lo que lo físico no es; por lo tanto aparenta para el hombre, un algo espiritual atrapado en un mundo material.
Pero la llama es más que un símbolo de espiritualidad. La llama es nuestro propio espejo, en donde se reflejan las luchas de nuestro ser más interno. En las palabras del autor de Proverbios “El alma del hombre es la lámpara de Di-s”.
La llama va hacia arriba, como que quiere liberarse de su mecha y perderse en las grandes explanadas de energía que ciñen los cielos. Pero incluso que se dirija hacia el cielo, la llama está siendo tirada hacia abajo, está bien atada a su mecha y bebe sedientamente del aceite de la lámpara, aceite que la nutre y continúa su existencia como una llama individual. Y es esta tensión de energías conflictivas, esta vacilación de disolverse y volver a renacer, que produce luz.
Nosotros también, anhelamos la trascendencia, anhelamos liberar todas las trabas de la vida material y alcanzar una reunión auto anulada con nuestro Creador y Fuente. Al mismo tiempo, sin embargo, estamos envueltos en un deseo de ser, de vivir una vida física y de dejar nuestra huella en este mundo físico. En la lámpara de Di-s que es el hombre, estos polos convergen en una llama que ilumina su alrededor con luz Divina.
Los Ingredientes:
Una lámpara consiste de aceite, mecha, y una vasija que los contiene para que el aceite pueda nutrir a la mecha y hacer que arda la llama.
El aceite y la mecha son ambos sustancias de combustión, pero ninguna produce luz por si misma con la eficiencia y estabilidad de la lámpara. La mecha, si se enciende, estallaría brevemente y moriría, consumida. Pero el aceite, uno encontraría extremadamente difícil de encender. Pero cuando la mecha y el aceite se juntan en la lámpara, ellos producen una luz estable y controlada.
El alma de la persona es una lámpara de Di-s cuyo propósito en la vida es iluminar al mundo con luz Divina. Di-s nos provee con el “combustible” que genera Su luz, la Torá y sus preceptos (mitzvot), que envisten a Su sabiduría y deseo y transmite Su luminosa verdad.
El aceite Divina requiere de una “mecha” para transportar su sustancia y convertirla en una llama luminosa. La Torá es la sabiduría Divina, pero para que la sabiduría Divina se manifieste en nuestro mundo, deben haber mentes físicas que la estudian y comprendan, bocas físicas que la debatan y la enseñen, y medios físicos que la publiquen y difundan. Las mitzvot son el deseo Divino; pero para que el deseo Divino se manifieste en nuestro mundo, debe haber un cuerpo físico que lo ponga en práctica y materiales físicos (cuero de animal para Tefilín, lana para Tzitzit, dinero para caridad) para que puedan llevarse a cabo.
Y así como un aceite Divino no puede producir luz sin una mecha material, tampoco puede una mecha producir luz sin el aceite. Una vida sin Torá y mitzvot, por más que uno anhele mucho y desee acercarse a Di-s, es incapaz de sostener la llama. Puede generar chispas de experiencia espiritual, pero por la falta del aceite de la genuina sustancia Divina, éstas mueren rápidamente y fallan en introducir luz duradera en este mundo.
Para entender su rol como “lámpara de Di-s”, la vida humana debe ser una lámpara que combine existencia física (la “mecha”) con las ideas Divinas y actos de Torá (el “aceite”). Cuando la mecha se satura con aceite y nutre sus anhelos espirituales con un suplemento estable de lo mismo, la llama resultante es tanto luminosa como estable, preservando su existencia y productividad de la mecha e iluminando todo rincón del mundo en el que se encuentren.
Tonos de Luz:
La llama por si misma es un “asunto” multicolor, aludiendo a muchos niveles en los que el hombre se relaciona con el Creador a través de la observancia de las Mitzvot. Generalmente hablando, está el área más baja y oscura de la llama que está unida con la mecha, y está la parte superior más brillante.
El segmento más oscuro de la llama representa aquellos aspectos del servicio de la persona hacia Di-s que están coloreados con su asociación con lo físico de la “mecha”, o sea, Mitzvot que están motivadas por conveniencia propia. La parte más elevada y pura de la llama representa los momentos de auto trascendencia de la persona, actos que la persona hace, como escribe Maimónides, “no por ningún motivo en este mundo: no por miedo al mal o por un deseo de obtener el bien; sino, que hace lo verdadero porque es verdad”.
Estos aspectos en la vida de la persona están reflejados en su relación con Di-s. Las Mitzvot vienen no solo para enlazar su altruista “alma Divina” con su Creador, sino también para envolver a su ego dominante “alma animal” con el cumplimiento de Su deseo Divino. Esto se logra cuando una persona entiende que debería “amar al Señor tu Di-s…porque Él es tu vida” (Deuteronomio 30:20). Al reconocer que Di-s es la fuente y el sustento de tu mismo ser, el mismo ego que antes anhelaba los placeres más materiales, ahora se estira en unirse con el Creador, porque se da cuenta que no hay mayor satisfacción posible de si misma.
El péndulo de la Vida:
La “mecha” es tanto una cárcel como un liberador de la llama, tanto cuerda como línea de vida. Sostiene al alma en su carácter distintivo de la totalidad Divina, en su distanciamiento con su Creador. Y aún así, es éste carácter distintivo y su distanciamiento, ésta encarnación en la vida física, que nos permite conectarnos con  Di-s de la manera más comprensiva y profunda, al cumplir con Su deseo.
Así que cuando manda lo Divino, el cuerpo físico y la vida humana se juntan como aceite, mecha y lámpara, el resultado es una llama: la relación con Di-s que se caracteriza por dos caminos conflictivos, por un deseo de acercarse con un mandamiento de alejarse. La materialidad de la vida evoca en el alma un deseo de liberarse de ella y fusionarse con lo Divino. Pero cuanto más cerca el alma se estira hacia Di-s, más reconoce que puede cumplir con Su deseo solamente como un ser físico y distintivo. Así que mientras el cuerpo de la mecha mantiene a la llama ardiendo, la voluntad Divina implícita en el aceite mantendrá su compromiso con la existencia y la vida.
Lámparas Actuales:
Cada Mitzvá es el aceite para el alma. Con cada acto que constituya el cumplimiento del deseo Divino, nuestras vidas están prestadas en lámparas ardientes, encendidas con llamas que vacilan desde el cielo a la tierra una y otra vez e iluminan al mundo en el proceso.
Cada Mitzvá genera luz, ya sea dar una moneda para caridad, enrollarse los Tefilín en los brazos y cabeza, o comer Matzá en Pesaj. Pero ciertas Mitzvot no solo nos transforman en lámparas metafóricas, sino que también asumen la forma actual de una lámpara. Una verdadera lámpara física, con aceite físico, mecha física y llama física que produce luz táctil y física.
Por ello, tenemos la Mitzvá de encender la Menorá en el Templo Sagrado y producir una representación literal de luz Divina que emana desde allí a todo el mundo. Cada viernes por la tarde, las mujeres judías invitan a la luz del Shabat dentro de sus casas al encender las velas de Shabat. Otra Mitzvá cuya función se refleja en su forma. Una vez al año viene Janucá, la fiesta de las luminarias. Durante ocho días, un número creciente de llamas son encendidas en la entrada de la casa y en las ventanas, para que la luz generada por nuestras vidas como “lámparas de Di-s” se propague hacia afuera e iluminen el exterior.