La magia del barro y el fuego


 





Estos son dos ejemplos de hornos iberico y romano.





ALFARES Y HORNOS ROMANOS EN ANDALUCÍA. HISTORIOGRAFÍA DE LA INVESTIGACIÓN Y CLAVES DE LECTURA•
Miguel BELTRÁN LLORIS
Director del Museo de Zaragoza
1.- Introducción.
La invitación que amablemente me hicieron llegar los representantes del Comité Organizador del Congreso Internacional Figlinae Baeticae supuso para mi un motivo de honda satisfacción por cuanto me permitía volver, una vez más, a mis raíces con la cerámica romana, y de forma especial teniendo en cuenta que se trataba de poner énfasis en las principales líneas historiográficas y claves de lectura del mundo bético, al que he tenido oportunidad de dirigirme en otras ocasiones, sobre todo desde el mundo de las ánforas. La presente reunión, organizada con sabiduría e inteligencia según se deduce de las normas elaboradas para el desarrollo de las ponencias, parece un resultado lógico de las reflexiones en las que está sumida en el momento presente la investigación sobre la cerámica romana. Y en ese espíritu he redactado las siguientes líneas que he debido rematar “postrado en el lecho del dolor”, circunstancias maléficas que me han impedido compartir los buenos momentos de nuestra reunión sobre las figlinas béticas.
En la escala de los criterios que deben presidir nuestros trabajos, se sitúan tres parámetros esenciales: forma, función y origen (procedencia o fábrica). Superados estos criterios, que son la base en la caracterización cerámica, podemos avanzar a un segundo nivel en el que las cerámicas dejan de ser artefactos cerámicos para estar en condiciones de asumir su papel como documento histórico de primer orden. Estos humildes materiales, en dicha situación, nos permiten abordar los sistemas culturales y tecnología de los usuarios y productores, y por supuesto la vida económica, la sociedad y los acontecimientos políticos de la Bética.
Estamos en posesión de unos documentos privilegiados para acercarnos a la historia pasada de la Provincia Baetica, pero para que podamos situar en su justo valor los conceptos tales como alimentación, mercados, comercio y difusión, para que podamos aquilatar el papel de los comerciantes y negotiatores, de los consumidores y clientes, para que podamos desentrañar otros aspectos derivados, necesitamos despejar las incógnitas del primer nivel de conocimiento y en ellas lógicamente ocupa un lugar destacado la mejor caracterización de los centros de producción cerámica, objetivo primordial de la presente reunión.
Una lección inaugural no puede, sin embargo, ser una puesta al día de los numerosos problemas que afectan al complejo y extenso mundo que encierran las cerámicas béticas, desde las producciones de mesa hasta los contenedores de transporte, a
Actas del Congreso Internacional FIGLINAE BAETICAE. Talleres alfareros y producciones cerámicas en la Bética romana (ss. II a.C. – VII d.C.), B.A.R., int. ser., 1266, Oxford, 2004, pp. 9-38.
las que nos hemos referido en términos generales en otras ocasiones (Beltrán 1990). Como enuncia el título del trabajo, solo podemos aspirar a dar unas cuantas claves de lectura en torno a las figlinae béticas, (dejando a un lado, deliberadamente las cuestiones tipológicas) claves que evidenciarán de forma inmediata el enorme y cada vez más concienzudo conocimiento que poseemos de la cerámica romana bética y de su contexto real, pero también de las grandes lagunas que sigue manteniendo la investigación.
El conocimiento de los centros productores o figlinas se ha abordado de forma muy desigual, en un terreno en el que se han primado los estudios tipológicos por encima de cualquier criterio. Incluso dentro de la propia tipología ha habido unas especies cerámicas que han desbancado a otras familias menos vistosas y (aparentemente) con menos información, lo que ha provocado un desfase gigantesco entre los conocimientos de las cerámicas denominadas de mesa (sigillata, paredes finas, barniz negro…) y las lucernas y las incluidas genéricamente en el apartado de las cerámicas comunes, de cocina y mixtas, además de los contenedores de transporte o almacenaje. Incluso dentro de este segundo apartado, menos visitado, determinadas formas o familias por su carácter más atractivo desde el punto de vista de la información epigráfica, por ejemplo, han conocido una atención desmedida, como el elevado número de trabajos dedicados a la epigrafía de las ánforas Dr. 20 (Chic 2001) y la práctica ausencia hasta el momento de excavaciones en sus centros productores.
2.- Breve recorrido historiográfico.
2.1.- Las primeras prospecciones del Guadalquivir: las ánforas olearias Dr. 20.
Las ánforas Dr. 20 han recibido un tratamiento privilegiado por parte de los investigadores, a partir de la enorme riqueza y atractivo de la epigrafía que ostentan impresa o pintada y que en el Testaccio de Roma alcanza proporciones gigantescas: más del 80% de las ánforas acumuladas, son béticas y olearias (Dressel 1878, 118 ss; id. 1879, 36 ss.) (fig.1).
En los antecedentes el informe de Bonsor entregado a la Sociedad Arqueológica de Carmona en 1885, en el que interpretó una serie de estampillas recogidas en Arva, como identificativas de los productores de las ánforas, significa el primer intento de comprensión de los centros productores (Bonsor 1888, 56 ss.; Maier 2001, 393 ss.). A este trabajo seguirá, con la colaboración de Clark-Maxwell, la conocida prospección del valle del Guadalquivir (1899-1901) (Bonsor 1901, 837 ss.), aunque hasta el año 1931 no verá la luz el manuscrito original de Bonsor haciendo bético el tipo de ánfora sobre el que aparecían tan frecuentes estampillas y llevando a cabo las primeras atribuciones a talleres determinados (Bonsor 1931). El propio Bonsor acometió una de las primeras excavaciones de hornos del Guadalquivir en una de las estructuras de “las Delicias” (Bonsor 1931, 29 ss.).

LEYENDAS DE  "LAS LAMPARAS DE LUZ ETERNA"



 DESCUBRIMIENTOS EXTRAORDINARIOS

Plutarco escribió de una lámpara que ardía sobre la puerta de un templo a Júpiter Ammon. Según los sacerdotes, la luz permaneció encendida durante siglos sin combustible, y ni el viento ni la lluvia podía apagarla.

San Agustín describió un templo egipcio sagrado consagrado a Venus, con una lámpara que ni el viento ni el agua podían extinguir. La declaró como siendo trabajo del diablo.

En 527 A.D., en Edesa, Siria, durante el reinado del emperador Justiniano, los soldados descubrieron una lámpara siempre encendida en un nicho, sobre una pasarela, elaboradamente cerrada para protegerla del aire. Según la inscripción, fue encendida en el 27 D.C. La lámpara había estado encendida durante 500 años antes de que los soldados que la encontraron, la destruyeran. 
 




En el año 140, cerca de Roma, se encontró una lámpara ardiendo en la tumba de Pallas, hijo del rey Evandro. La lámpara, que había estado encendida por más de 2,000 años, no podía ser extinguida por métodos ordinarios. Resultó que ni el agua ni soplando la llama pudieron evitar que siguiera ardiendo. La única manera de extinguir la notable llama era drenando el extraño líquido contenido en el recipiente de la lámpara.

Alrededor de 1540, durante el papado de Pablo III se encontró una lámpara encendida en una tumba en la Vía Apia en Roma. La tumba se cree que pertenecía a Tulliola, hija de Cicerón. Ella murió en el 44 A.C. La lámpara que había ardido en la bóveda sellada durante 1,550 años se extinguió cuando fue expuesta al aire. Lo interesante de este descubrimiento en particular fue también el desconocido líquido transparente en el que la fallecida estaba flotando. Poniendo el cuerpo en este líquido, los antiguos lograron conservar el cadáver en tal buena condición que parecía como si la muerte se hubiese producido hacía tan sólo unos días.

Cuando el rey Enrique VIII se separó de la Iglesia Católica en 1534, ordenó la disolución de los monasterios en el Reino Unido y muchas tumbas fueron saqueadas. En Yorkshire, una lámpara ardiente fue descubierta en una tumba de Constancio Cloro, padre de Constantino el Grande. Murió en el año 300 D.C., que significa que la luz había estado ardiendo desde hacía más de 1,200 años.

En Francia, cerca de Grenoble, a mediados del siglo XVII, un joven soldado suizo tropezó accidentalmente con la entrada de una antigua tumba. Desafortunadamente para el joven, él no descubrió los tesoros de oro que él pensó que podrían estar ocultos en el interior. Sin embargo, su sorpresa debió de ser muy grande cuando fue confrontado con una lámpara ardiente de cristal.

¿Estaban los Rosacruces familiarizados con los secretos de la luz eterna? Eso parece.

Cuando la tumba de Christian Rosenkreuz, alquimista y fundador de la Orden Rosacruciana fue abierta 120 años después de su muerte, fue encontrada una lámpara brillando en el interior.

Otro caso interesante digno de mencionar ocurrió en Inglaterra, donde se abrió una misteriosa y muy inusual tumba. Se creía que el sepulcro era de un Rosacruz.

Un hombre, que descubrió la tumba, vio una lámpara encendida colgando del techo, iluminando la cámara subterránea. A medida que el hombre dió algunos pasos adelante, cierta parte del suelo se movió con su peso. A la vez, una figura sentada en la armadura empezó a moverse. La figura se puso de pie y golpeó la lámpara con algún tipo de arma. La preciosa lámpara fue destruida.

El objetivo se había cumplido, la sustancia de la lámpara permaneció secreta.


LAS LAMPARAS PERPETUAS  DEL 

PADRE FEIJÓO

El escéptico benedictino fray Jerónimo Feijoo aborda esta cuestión en su Teatro Crítico Universal (tomo cuarto, discurso tercero), haciendo referencia a las que para él tienen más renombre, todas ellas halladas durante la Edad Media. El texto no tiene desperdicio:

“Tres son las Lámparas perpetuas más plausibles de que se halla noticia en los Autores. La primera dicen se halló por el año 800 (otros dicen que el de 1401, que es mucha variación) en el sepulcro de Palante, hijo de Evandro, Rey de Arcadia, y auxiliar de Eneas en la guerra contra el Rey Latino, el cual se descubrió en Roma con la ocasión de abrir cimientos para un edificio. Refieren que el cuerpo de Palante, que era de prodigiosa magnitud, se halló entero, y en el pecho se distinguía la herida con que le había quitado la vida Turno, la cual tenía cuatro pies de abertura; que junto al cuerpo ardía una Lámpara, y adornaba el sepulcro el siguiente Epitafio: Filius Evandri Palas, quem lancea Turni Militis occidit, more suo jacet hic.

La segunda lámpara perpetua dicen se halló en el sepulcro de Máximo Olybio, antiguo ciudadano de Padua, por los años de 1500, colocada entre dos fialas, en las cuales se contenían dos purísimos licores, que parece servían de nutrimento a la llama. Añaden que una fiala era de plata, la otra de oro, y cada una contenía el metal de su especie, disuelto con alto magisterio en un licor sutilísimo. Había una inscripción en la urna, por donde constaba que Máximo Olybio había compuesto, y mandado poner en su sepulcro aquella Lámpara, en honor y obsequio de la infernal deidad de Plutón.

La tercera se atribuye al sepulcro de Tulia, hija de Cicerón, descubierto en la Vía Apia; unos dicen que en el pontificado de Sixto IV; otros que en el de Paulo III. Conocióse ser de esta Señora el cadáver por la inscripción latina que tenía puesta por su mismo padre: Tulliolae filiae meae (A mi hija Tuliola). Añaden que al primer impulso del ambiente externo se apagó la lámpara, que había ardido por más de mil y quinientos años, y se deshizo en cenizas el cadáver que antes estaba entero. En efecto, se sabe que Cicerón amó con tan extraordinaria fineza a su hija Tulia, y estuvo en su muerte tan negado a todo consuelo, que no debe extrañar que quisiese, siendo posible, eternizar la memoria de su amor en aquella inextinguible llama sepulcral.

Añádanse a las tres lámparas sepulcrales nombradas otras muchas, que se dice haberse hallado en varios sepulcros en el territorio de Viterbo. Fortunio Lyceto, eruditísimo médico paduano, gran defensor de las lámparas perpetuas, en un grueso tratado que escribió a este intento, pretende que los antiguos no sólo las hayan usado en los sepulcros, mas también en los templos para obsequio de sus falsas deidades (…) En fin, pretende que aun para el estudio, y otros usos domésticos construyeron lámparas de luz inextinguible algunos grandes hombres, como Casiodoro, y nuestro famoso abad Tritemio”.

Feijoo, fiel a su postura crítica, concluye su discurso tratando este fenómeno como una especie de leyenda urbana de la época al decir que “ninguno de los autores que las afirman y defienden dice haberse hallado presente al descubrimiento de alguno de aquellos sepulcros”. De todas estas observaciones concluirá, que “la especie de las lámparas inextinguibles es uno de los muchos monstruos que engendra el embuste, y alimenta la credulidad”.


EL LICOR ALQUIMICO

De las tres lámparas que menciona el padre Feijoo podemos añadir algunos datos complementarios que enriquecen su narración. Respecto a la primera, fue localizada cerca de Roma en el año 1401, según la versión más aceptada, y se encontró en el interior del sepulcro de Pallas, hijo del rey troyano Evander (o Euandros), iluminado por un farol perpetuo, personaje inmortalizado por Virgilio en la Eneida. Para apagarlo hubo que romperlo o, según otra versión, derramar el «licor» de la lámpara que había estando luciendo durante 2.600 años.




De la segunda lámpara añadir que el hallazgo se produjo en la tumba de Máximo Olibio, próxima a Atessa, estado de Padua (Italia), y fue el obispo de Verona, Ermalao Barbaro (1410-1471), conocido por sus traducciones de las fábulas de Esopo, quien señaló varios descubrimientos de lámparas efectuados accidentalmente, en particular el producido por un campesino de Padua en el año 1450 el cual, al arar su campo, sacó una urna de gran tamaño hecha de terracota con dos pequeños vasos metálicos, uno de oro y otro de plata. Un fluido claro, de composición desconocida y calificado de «licor alquímico», llenaba los dos vasos, mientras que en el interior de la urna un segundo vaso de terracota contenía una lámpara ardiendo. Francisco Maturancio, vecino de Perusa, en una carta a su amigo Alfeno, citada por Fortunio Liceto, aseguraba que tenía en su poder, intacta y entera, la lámpara y los dos vasos de oro y plata, y que no daría este precioso monumento ni por mil escudos de oro.

Sobre la urna, unas inscripciones en latín exhortaban a los ladrones eventuales a respetar la ofrenda de Maximus Olibius a Plutón. Algo que, evidentemente, no se hizo. El padre Feijoo comenta que “algunos de los que defienden las lámparas perpetuas, se imaginan que el nutrimento de ellas, y especialmente la de Máximo Olybio, haya sido el oro, reducido a substancia líquida por algún singular arcano de la Química que hayan alcanzado los antiguos, e ignoren los modernos”. El mismo Liceto dice que un compuesto de mercurio, filtrado siete veces por arena blanca puesta al fuego, sirvió para fabricar algunas de las lámparas que ardían continuamente.

Respecto a la tumba de Tulia ––fallecida en el año 44 a. C.–– se habla de que el hallazgo ocurrió en abril de 1485. Los descubridores quedaron sorprendidos al encontrar una lámpara de luz que aún ardía con una mortecina llama roja y no se les ocurrió mejor cosa que romperla por miedo a lo desconocido. Había estado ardiendo la friolera de 1.500 años. El sarcófago estaba lleno de un líquido oscuro que había conservado perfectamente el cuerpo expuesto de Tulia hasta que con el aire se desintegró. No obstante, una vez que corrió el rumor el sepulcro fue visitado por más de veinte mil personas. No era para menos.
Si les parece excesiva esta antigüedad de quince siglos, les cuento otro caso para añadir más leña al fuego, valga la expresión dado el tema que estamos tratando. En el año 1610, Ludovicius Vives, en sus notas sobre San Agustín, contó que treinta años antes, en 1580, una lámpara fue encontrada en una vieja tumba que se rompió nada más recogerla. Una inscripción en la base de la misma revelaba que tenía más de mil quinientos años de antigüedad.

Otro escritor británico, Walter Scott, sabía de la existencia de estas lámparas y hábilmente lo dejó plasmado en uno de sus poemas:
Contempla, ¡oh, guerrero!

La roja cruz señala la tumba del poderoso muerto.

Dentro arde maravillosa luz que ahuyenta

a los espíritus de tinieblas.

Esta lámpara arderá sin consumirse

hasta que se haya cumplido la eterna sentencia… 




Aceite, mecha, vasija y llama

Pocas imágenes son tan cálidas para el alma como la imagen de una llama. Aunque sea un fenómeno físico, la llama (luminosa, pura, etérea) es todo lo que lo físico no es; por lo tanto aparenta para el hombre, un algo espiritual atrapado en un mundo material.
Pero la llama es más que un símbolo de espiritualidad. La llama es nuestro propio espejo, en donde se reflejan las luchas de nuestro ser más interno. En las palabras del autor de Proverbios “El alma del hombre es la lámpara de Di-s”.
La llama va hacia arriba, como que quiere liberarse de su mecha y perderse en las grandes explanadas de energía que ciñen los cielos. Pero incluso que se dirija hacia el cielo, la llama está siendo tirada hacia abajo, está bien atada a su mecha y bebe sedientamente del aceite de la lámpara, aceite que la nutre y continúa su existencia como una llama individual. Y es esta tensión de energías conflictivas, esta vacilación de disolverse y volver a renacer, que produce luz.
Nosotros también, anhelamos la trascendencia, anhelamos liberar todas las trabas de la vida material y alcanzar una reunión auto anulada con nuestro Creador y Fuente. Al mismo tiempo, sin embargo, estamos envueltos en un deseo de ser, de vivir una vida física y de dejar nuestra huella en este mundo físico. En la lámpara de Di-s que es el hombre, estos polos convergen en una llama que ilumina su alrededor con luz Divina.
Los Ingredientes:
Una lámpara consiste de aceite, mecha, y una vasija que los contiene para que el aceite pueda nutrir a la mecha y hacer que arda la llama.
El aceite y la mecha son ambos sustancias de combustión, pero ninguna produce luz por si misma con la eficiencia y estabilidad de la lámpara. La mecha, si se enciende, estallaría brevemente y moriría, consumida. Pero el aceite, uno encontraría extremadamente difícil de encender. Pero cuando la mecha y el aceite se juntan en la lámpara, ellos producen una luz estable y controlada.
El alma de la persona es una lámpara de Di-s cuyo propósito en la vida es iluminar al mundo con luz Divina. Di-s nos provee con el “combustible” que genera Su luz, la Torá y sus preceptos (mitzvot), que envisten a Su sabiduría y deseo y transmite Su luminosa verdad.
El aceite Divina requiere de una “mecha” para transportar su sustancia y convertirla en una llama luminosa. La Torá es la sabiduría Divina, pero para que la sabiduría Divina se manifieste en nuestro mundo, deben haber mentes físicas que la estudian y comprendan, bocas físicas que la debatan y la enseñen, y medios físicos que la publiquen y difundan. Las mitzvot son el deseo Divino; pero para que el deseo Divino se manifieste en nuestro mundo, debe haber un cuerpo físico que lo ponga en práctica y materiales físicos (cuero de animal para Tefilín, lana para Tzitzit, dinero para caridad) para que puedan llevarse a cabo.
Y así como un aceite Divino no puede producir luz sin una mecha material, tampoco puede una mecha producir luz sin el aceite. Una vida sin Torá y mitzvot, por más que uno anhele mucho y desee acercarse a Di-s, es incapaz de sostener la llama. Puede generar chispas de experiencia espiritual, pero por la falta del aceite de la genuina sustancia Divina, éstas mueren rápidamente y fallan en introducir luz duradera en este mundo.
Para entender su rol como “lámpara de Di-s”, la vida humana debe ser una lámpara que combine existencia física (la “mecha”) con las ideas Divinas y actos de Torá (el “aceite”). Cuando la mecha se satura con aceite y nutre sus anhelos espirituales con un suplemento estable de lo mismo, la llama resultante es tanto luminosa como estable, preservando su existencia y productividad de la mecha e iluminando todo rincón del mundo en el que se encuentren.
Tonos de Luz:
La llama por si misma es un “asunto” multicolor, aludiendo a muchos niveles en los que el hombre se relaciona con el Creador a través de la observancia de las Mitzvot. Generalmente hablando, está el área más baja y oscura de la llama que está unida con la mecha, y está la parte superior más brillante.
El segmento más oscuro de la llama representa aquellos aspectos del servicio de la persona hacia Di-s que están coloreados con su asociación con lo físico de la “mecha”, o sea, Mitzvot que están motivadas por conveniencia propia. La parte más elevada y pura de la llama representa los momentos de auto trascendencia de la persona, actos que la persona hace, como escribe Maimónides, “no por ningún motivo en este mundo: no por miedo al mal o por un deseo de obtener el bien; sino, que hace lo verdadero porque es verdad”.
Estos aspectos en la vida de la persona están reflejados en su relación con Di-s. Las Mitzvot vienen no solo para enlazar su altruista “alma Divina” con su Creador, sino también para envolver a su ego dominante “alma animal” con el cumplimiento de Su deseo Divino. Esto se logra cuando una persona entiende que debería “amar al Señor tu Di-s…porque Él es tu vida” (Deuteronomio 30:20). Al reconocer que Di-s es la fuente y el sustento de tu mismo ser, el mismo ego que antes anhelaba los placeres más materiales, ahora se estira en unirse con el Creador, porque se da cuenta que no hay mayor satisfacción posible de si misma.
El péndulo de la Vida:
La “mecha” es tanto una cárcel como un liberador de la llama, tanto cuerda como línea de vida. Sostiene al alma en su carácter distintivo de la totalidad Divina, en su distanciamiento con su Creador. Y aún así, es éste carácter distintivo y su distanciamiento, ésta encarnación en la vida física, que nos permite conectarnos con  Di-s de la manera más comprensiva y profunda, al cumplir con Su deseo.
Así que cuando manda lo Divino, el cuerpo físico y la vida humana se juntan como aceite, mecha y lámpara, el resultado es una llama: la relación con Di-s que se caracteriza por dos caminos conflictivos, por un deseo de acercarse con un mandamiento de alejarse. La materialidad de la vida evoca en el alma un deseo de liberarse de ella y fusionarse con lo Divino. Pero cuanto más cerca el alma se estira hacia Di-s, más reconoce que puede cumplir con Su deseo solamente como un ser físico y distintivo. Así que mientras el cuerpo de la mecha mantiene a la llama ardiendo, la voluntad Divina implícita en el aceite mantendrá su compromiso con la existencia y la vida.
Lámparas Actuales:
Cada Mitzvá es el aceite para el alma. Con cada acto que constituya el cumplimiento del deseo Divino, nuestras vidas están prestadas en lámparas ardientes, encendidas con llamas que vacilan desde el cielo a la tierra una y otra vez e iluminan al mundo en el proceso.
Cada Mitzvá genera luz, ya sea dar una moneda para caridad, enrollarse los Tefilín en los brazos y cabeza, o comer Matzá en Pesaj. Pero ciertas Mitzvot no solo nos transforman en lámparas metafóricas, sino que también asumen la forma actual de una lámpara. Una verdadera lámpara física, con aceite físico, mecha física y llama física que produce luz táctil y física.
Por ello, tenemos la Mitzvá de encender la Menorá en el Templo Sagrado y producir una representación literal de luz Divina que emana desde allí a todo el mundo. Cada viernes por la tarde, las mujeres judías invitan a la luz del Shabat dentro de sus casas al encender las velas de Shabat. Otra Mitzvá cuya función se refleja en su forma. Una vez al año viene Janucá, la fiesta de las luminarias. Durante ocho días, un número creciente de llamas son encendidas en la entrada de la casa y en las ventanas, para que la luz generada por nuestras vidas como “lámparas de Di-s” se propague hacia afuera e iluminen el exterior.

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